sábado, 28 de febrero de 2015

Un informe desconocido sobre las "papas" de plata y la explotación del Mineral de Huantajaya: visión de William Bollaert en el año 1838.




Fig. 1.   Mineral de plata de Huantajaya. Sector denominado  "Hundimiento",  donde se puede observar   antiguas entradas a las galerías (bocaminas). En este sector,   y en  sus  galerías, ciertamente,  trabajó William Bollaert durante su larga permanencia en Tarapacá.  (Foto H. Larrain, Agosto 2008).



Fig. 2.  Vista al Mineral de plata de  Huantajaya desde la cima del cerro San Agustín  Atrás, al fondo, casi al medio de la foto,  el cerro Santa Rosa, igualmente trabajado en época de Bollaert. (Foto H. Larrain,  2008).

La figura de William Bollaert.

Los historiadores y antropólogos culturales del extremo Norte de Chile están, en general,  familiarizados con el nombre y la obra notable del químico inglés William Bollaert (1807- 1876). Llegado, muy joven al Perú en el año 1825,  se traslada al año  siguiente, -como el mismo lo señala-,  al Mineral de plata de Huantajaya, en Tarapacá, donde trabaja, en su calidad de químico, a cargo del estudio del yacimiento y sus vetas.  Se ha hecho muy conocido entre nosotros  por su obra:  Antiquarian, Ethnological and Other Researches in New Granada, Ecuador, Peru and Chile, with Observations on the PreÍncarial, Inczrial and Other Monuments of Peruvian Nations (Trübner and Co.,. London, 1860,  279 pgs.).  Obra, pionera para su época,  nos entrega  informaciones valiosísimas sobre la geografía, cartografía, etnografía  e incluso el  arte rupestre  de la zona  de Tarapacá donde vivió por más de  20 años, en los inicios de la explotación sistemática del salitre en el Perú de entonces. Para arqueólogos, historiadores, geógrafos  y aún estudiosos del  arte y el folklore regional la obra de   Bollaert es un venero  inagotable de información. Bollaert es para nosotros, por esas tempranas  fechas, lo que será casi exactamente cien años después,  el gran  geógrafo norteamericano Isaiah Bowman, a través de  su conocida obra  Desert Trails of Atacama, publicada en New York en el año  1924.  Riquísimos ateriales de primera  mano, recogidos todos por su autor  en el lugar mismo de los hechos.

Su interés por la  antropología y etnología de la región.

Con un marcado interés por la historia andina, la arqueología y la etnología, Bollaert escribió numerosos artículos, poco conocidos en nuestro medio, sobre  temas  antropológicos  y arqueológicos de estos países, temas y tópicos  que habían sido dados a conocer  en el Viejo Continente  sobre todo a través de las obras de Alexander von Humboldt,  a comienzos  del siglo XIX.   Nos asombra hoy la enorme curiosidad intelectual de Bollaert con respecto a las "antiguallas"  o manifestaciones artísticas y folklóricas de los pueblos andinos. Entre estas "antiquities"  estaba, en primera línea,  el estudio pionero de los "pintados", nombres con que en dicha época eran conocidas las figuras,   hechas en las laderas de cerros, y que hoy denominamos "geoglifos" del desierto. Poseía Bollaert una sólida formación científica y si bien su actividad como "ensayista de metales" en Huantajaya, le circunscribía  a las zonas estrictamente mineras, su curiosidad intelectual le llevó a recorrer extensas zonas de Tarapacá  e incursionar en campos que hoy pertenecen a la historia andina, la arqueología, la etnografía, el folklore regional e incluso la lingüística andina. Debemos recordar  que por aquellos tempranos años de 1825-1830, la arqueología, como ciencia recién daba sus primeros y vacilantes pasos, con los trabajos de Boucher de Perthes en las orillas del Sena, en París y sus descubrimientos de toscas herramientas prehistóricas consideradas hacía  poco,  como "piedras del rayo".. Era por entonces  la arqueología   un extraño y singular   apéndice de la geología, su disciplina de origen.

Su biografía.

Oscar Bermúdez , historiador del Norte Grande, nos ha brindado una  valiosa biografía  de este personaje en el Vol. 1,  Números  3-4 de la Revista "Norte Grande", (1975: 313-318)  que  publicáramos   en el Instituto de Geografía de la Pontificia Universidad Católica de Chile.  Pero lo que  muy pocos saben es que, mucho antes,   una revista científica inglesa, Journal of the Anthropological Institute (London), Vol. VI, May 1877: 510-513  de la cual  Bollaert había sido asiduo colaborador, nos había entregado una noticiosa biografía del personaje  en su edición del año  1877, alrededor de un  año después de su muerte. Allí se hace recuento cuidadoso de su azarosa vida, de sus publicaciones en el campo de la historia y de la "etnología" americana, como entonces  se llamaba a la arqueología.   No necesitamos, en consecuencia,  extendernos sobre el riquísimo historial de William Bollaert y su trayectoria intelectual, que ya nos resulta conocida a través de diversos estudios.  Haría falta, creemos nosotros,  escribir una biografía completa de este personaje  cuyas inquietudes intelectuales  despertaron enorme interés entre  sus lectores ingleses  y nos entregaron  tan valiosa  información sobre  poblaciones autóctonas (incluidos los changos del Norte de Chile)  y sus producciones  culturales. Ojalá alguien recoja un día el guante  y emprenda esa  gratísima pero ímproba tarea. Para  ello, obviamente,  un buen dominio del idioma inglés constituye un  requisito sine qua non.   (Vea  nuestros capítulos en este mismo Blog dedicados a  la obra de Bollaert bajo la voz "William Bollaert").

No menos de  quince son las publicaciones suyas  que se refieren de alguna manera al mundo andino. Y, en ellas, campea  la región de Tarapacá. donde residió por largos años.

Incluimos aquí, por su particular interés,  sus reflexiones acerca de la aparición, en los piques mineros de Huantajaya, de   masas compactas de plata  (Ag) que el denomina, siguiendo la tradición española, como "papas".

Las papas de plata de l mineral en palabras de Bollaert, fruto de su experiencia. Nuestra traducción del texto de William Bollaert de  1838 sobre Huantajaya (En:  Geological Society  Transactions, [[London], Volume II, Nº  54 :  598-599).

Texto:

"Se leyó a continuación un trabajo  titulado:  “Description of the Insulated masses of silver found in the mines of  Huantaxaya, in the Province of Tarapaca, Peru”, [ “Descripción de las masas  aisladas de plata halladas en las Minas de Huantajaya en la Provincia de Tarapacá, Perú”]   por  Mr. Bollaert, y comunicado por  Mr. Darwin F.G.S.

Nuestra traducción.

“Las minas de Huantaxaya[1]  se hallan a tres leguas[2]  del  Puerto de Iquiqui[3] (lat. 21º 13´S. long. 70º) y en una cavidad  de la montaña a 2800 pies[4]  por sobre el nivel del mar. Esta depresión está  limitada por  el oeste por un cerro llamado Huantaxaya, a  3000 pies[5] sobre el nivel del mar o 200 pies[6] por sobre  la depresión,  y por el lado opuesto, por un cerro de similar altitud.  La gran masa de la montaña consiste en una piedra caliza  [limestone], pero la escarpa que cae hacia  Iquiqui  está cubierta  por arena suelta, y cerca de la base,  se puede ver  pórfido  [porphyry] y granito. La caliza es atravesada por innumerables  vetas argentíferas y otras vetas, que  se disponen desde el NE por el E. hacia el SW por el W., pero las minas de Huantaxaya se hallan  en un detritus llamado [aquí] Panizo[7].

Este depósito  posee un grosor de 80 a 100 yardas[8] , y está compuesto por fragmentos de caliza no  desgastadas por el agua [not water-worn],  y por  lodo seco [dried mud],  aparentemente   derivado de la misma roca. Se halla dividido en camas [beds], algunas de las cuales llamadas Sinta, son metalíferas y otras, denominadas Bruto, son  estériles [barren]. Los nódulos de metal, a los cuales  se ha aplicado el nombre de papas[9] por su semejanza con  la forma de la papa, consisten en plata pura, cloruros [chloride]  y otros compuestos químicos de plata,  sulfuros de cobre y plomo y carbonatos de cobre. Las papas (sic, en español) son de todos los tamaños y algunas  han producido 160 onzas de plata pura por cada cien libras. Una  de tales papas, según se recuerda,   pesó alrededor de 900 libras y se asemejaba   por su forma a la parte superior de una mesa.  Los mineros creen que cada  capa de Sinta ha derivado de una vena particular de la caliza, y que ellos pueden determinar a qué  vena correspondía originalmente la respectiva papa.

Los únicos instrumentos usados  en el trabajo  del Panizo son una barra de hierro de seis  pulgadas de largo[10]  [como un cincel] y un pequeño martillo de hierro. Con esos instrumentos, el panizero[11] avanza rápidamente por entre los materiales  blandos, pero rara vez hace una excavación más grande que lo suficiente  para que su cuerpo  pueda pasar [arrastrándose] sobre sus  manos y pies. Para extraer el contenido  de estas galerías   que son como panales de abeja,  se lleva atado un bolso  [bag] de cuero sobre los hombros y bajo los brazos, pero al arrastrarse  a través de las  secciones más estrechas, el minero  hace pasar  el  bolso a uno de sus pies,   y [luego]  lo arrastra tras de sí. Él peligro de trabajar  en estas  camas no consolidadas   se   incrementa grandemente por los frecuentes  remezones de los temblores. [earthquakes].
La sección siguiente  que ostenta  el pozo o pique   principal, ilustrará  la naturaleza  del depósito de Panizo.”.

(Sigue   un listado de las 38  capas que el autor reconoce en el yacimiento y que mostramos en un Cuadro aparte en su original inglés, el  que prácticamente no necesita traducción).

Notas nuestras


[1]   Utiliza Bollaert   el término Huantaxaya,  tal como se venía escribiendo desde tiempos coloniales, es decir, con x   en lugar de  j .
[2]   Una legua inglesa comporta  4,83  km.  Tres leguas,  por lo tanto  equivalen a  14,5 km. de distancia.
[11]  Emplea   el autor el término castellano. El  "panicero" (Bollaert lo escribe con   -z- ) es quien va  extrayendo el panizo blando, de tipo arcilloso,  entre las grietas de la roca más dura. Usa para ello, como únicas herramientas,  el cincel  y el martillo aquí indicados.

Comentarios eco-antropológicos:

1. Se confirma científicamente la aparición de estas masas de plata casi pura, en forma de "papas", en los diversos estratos  del mineral de Huantajaya. Ahora  no son "decires" de aventureros o  simples pirquineros, sino la voz autorizada de un especialista  químico. Bollaert señala su aparición en varios estratos   del pique.Pero claramente señala que no serían de plata pura, sino  de combinaciones de sales de plata de muy alta ley.

2.  Resulta de interés   la persistencia del viejo topónimo Iquiqui, en tiempos tan tardíos. Es lo que habría escuchado Bollaert  de boca de sus peones en la Mina de Huantajaya;

3.  Aunque sumamente concisa,  la descripción del método de laboreo en la mina por parte de los paniceros, que se proveen de un bolso de cuero  que van llenando con el  mineral más rico y el modo como lo arrastran  por el fondo de la galería, nos da una idea  de las terribles condiciones de trabajo de aquellos míseros  operarios en esa  época. Igualmente, es interesante su referencia  a las dos herramientas básicas  de hierro que utiliza el panicero para  cavar en el panizo;

4. La expresión sinta; aplicada  a  los estratos metalíferos, nos parece de origen indígena. Ciertamente no de origen hispano;  Lo averiguaremos.

5. Nos sorprende bastante, sin embargo, la  ausencia de  terminología minera   de origen quechua, como podría  esperarse en una zona minera (Huantajaya)  explotada en tiempos del Inca. Las voces  sinta;   y el adjetivo   tiquillosa, o challosa  evidencian  voces  híbridas  indígeno-españolas, pero  todas las demás nos parecen a primera vista de origen castellano. ¡Por qué -nos preguntamos,  no aparece con mayor fuerza el vocabulario minero quechua, tan abundante en otros yacimientos del Perú y aún de otras regiones del Norte Chico chileno (Coquimbo)?. No lo sabemos. Consultado al efecto nuestro amigo el lingüista peruano Rodolfo Cerrón Palomino (información personal del 6/03/2015) nos señala que  "challoso-a" viene de "challa",  voz  aimara, que significa  "arena".  Que los otros términos:  sinta, ticlla o chatu (voz de origen de  "chadoso"), sin la menor  duda son indígenas, pero no figuran en los mejores diccionarios mineros y podrían  ser de  origen puquina.  Agradecemos aquí, una vez más,  la gentileza de nuestro colega peruano, gran conocedor de las lenguas  del Perú antiguo.

6. En este mismo Blog, bajo la etiqueta  "papas de plata", hemos ofrecido al lector  otros artículos, sobre este mismo tema,  que pueden interesarle.

Capas  aparecidas en el corte o sección del pozo:

El Cuadro -ofrecido mas arriba-  en el que se muestra  el corte del pique de la mina con sus 38 estratos descritos. Tomado directamente del original:

Fig. Parte final de artículo de las papas de plata de Huantajaya, aparecido en  la revista científica Geological  Society Transactions, ;London,  1838,  Vol. II:  Nº 54: 599.  En letra cursiva, los nombres dados  por los operarios a las capas o estratos de la mina. Bollaert distingue  38 estratos o "camas" de material  a  través de una sección de la mina, con una profundidad total de  71,32 metros. No sabemos en qué pique pudo Bollaert realizar este análisis de las capas de material; no lo señala en su trabajo. 

Darwin y Bollaert,  ¿se conocieron?.

El documento arriba transcrito señala explícitamente que   el trabajo de Bollaert  no fue leído por el  mismo en el seno de la Sociedad Geológica en Londres, sino fue  "comunicado" por otra persona,  por un tal Mr. Darwin   F G S.?. ¿Quién era este personaje?. No nos cabe la menor duda de  que se trata del propio Charles Darwin, el creador de la Teoría de la Evolución de las Especies.  Intentaremos probarlo. Darwin había regresado a Inglaterra, luego de su largo periplo alrededor del mundo, en el mes de octubre de 1836. A su paso por Iquique el 12 de julio del año 1835 (es decir, tres años antes de la publicación de Bollaert),  señala explícitamente  la existencia "a lo lejos" del mineral de Huantajaya en su trayecto  a caballo hacia la salitrera "La Noria", donde le  albergará su coterráneo George Smith.  Darwin, en efecto, no visitó Huantajaya, pero ciertamente supo de su existencia.  Dice en su relato  en el Viaje del Beagle:

 "Salí por la mañana hacia las salitreras a una distancia de 70 kilómetros. Se empieza trepando por las montañas de la costa, siguiendo una senda arenosa que da muchos rodeos, y no tardan en verse a lo lejos Guantajaya y Santa Rosa. Estos pueblecitos están situados a la entrada de las minas; colgados como parecen en la cumbre de una colina, presentan un aspecto todavía menos natural y más desolado que la villa de Iquique. Luego de ponerse el sol llegamos a las minas..." (El Viaje del Beagle,  Labor/Punto/ Omega,  Barcelona, edición  1984: 426; subrayado nuestro).

Si Darwin regresa a Inglaterra en octubre de  1836,  perfectamente pudo ser  la persona encargada por la Sociedad geológica  para leer y comentar el trabajo de Bollaert, enviado desde Tarapacá.  Precisamente porque Darwin había visitado la misma zona apenas dos años antes. No sabemos a ciencia cierta  si llegaron a conocerse, pero es esto muy probable, precisamente porque ambos pertenecían y asistían a las mismas sociedades científicas. A la dirección de la Sociedad debió parecer oportuno delegar la lectura de ese documento venido del Perú en alguien que hubiese visitado esos parajes; más aún, cuando Darwin mismo tenía un fuerte interés personal  en la geología y en la minería extractiva.  A estos temas se refiere  con frecuencia en sus obras.










viernes, 20 de febrero de 2015

Apachetas en caminos antiguos: ¿simple señalética de la huella o lugar de práctica de ritos religiosos?.

Las apachetas: ¿estructuras señalizadoras de ruta  o sitios de ritualidad andina?.

                        
Fig. 1.  Típica apacheta  andina  formada  a través de los siglos por infinitas piedras  acarreadas por los viajeros para descargar en ella sus fatigas y cansancios, al amparo de la deidad protectora de los caminos. Se las encuentra a la vera de los antiguas huellas por donde se transitaba. Se las solía erigir   en las abras  o portezuelos, o a veces en las cimas de cerros.  Su función religiosa y  ritual es aquí explicada con citas de los Cronistas de los siglos XVI y  XVII.

Discusión  acerca de su finalidad primera.

A propósito de nuestra participación como arqueólogo de campo en el  reciente estudio sobre el Qhapaqñan o Camino del Inca  en  la región de Tarapacá   (2013-2015),  dirigido por  arquitectos de la Universidad Arturo Prat de Iquique (Norte de Chile), hemos   tropezado con  una apasionante discusión entre los autores acerca del objetivo preciso de estas extrañas construcciones llamadas "apachetas". Para algunos, se trataría  primaria y elementalmente de  elementos  señalizadores o marcadores de ruta (L. Núñez); para otros, (al parecer la mayoría) se trata, además, de hitos de un carácter esencialmente ritual y místico,  inscritos en el paisaje, a la vera de antiguas huellas caravaneras, donde   el caminante  ora e invoca a la divinidad. ¿Qué eran primariamente estos curiosas estructuras formadas por infinidad de piedras,  de forma aproximadamente cónica y de base casi  circular?. Cuál fue su función primaria?  O lo que es lo mismo, ¿para qué o por qué las erigían al costado de sus antiguas sendas o huellas?. ¿Qué dicen las fuentes tanto hispanas como indígenas  a este respecto?. ¿Podríamos hablar,  tal vez, de una especie de multi-funcionalidad  en su construcción?.

Investiguemos un poco este tema.

No pretendemos, por cierto, agotarlo aquí.  Pero sí, ofrecer al lector de este Blog abundante material de reflexión al respecto. Esta reflexión  nos parece de suma relevancia cuando se somete a estudio estas estructuras antiguas, siempre ubicadas a los costados de  antiguas huellas de tránsito de llamas. Huellas denominadas frecuentemente "caravaneras" en la literatura arqueológica  reciente  (Ver Núñez, Lautaro,   1962,  1976, 1985, 1994,  2000; Núñez y Dillehay,  1979, 1995;  Nielsen et al, 1997,  Berenguer, 2004 ). Las antiguas caravanas estaban  formadas  por grupos de llamas,   (entre  5-10 y a veces más de 40 animales en total), guiados por uno o dos arrieros indígenas,  y conformaban auténticas caravanas que  por días y días  viajaban a la costa desde el altiplano para  realizar tareas de trueque y comercio desde tempranos  tiempos precolombinos. Estas caravanas   se detenían en lugares precisos  para reposar, en las abras entre montañas, donde sus ancestros habían erigido - y no por azar- estas estructuras.

Una definición.

Diversos cronistas nos definen y/o se refieren a estas estructuras. Algunos, como Garcilaso de la Vega, el mestizo, se afanan infructuosamente por buscarle un significado propio a partir de su lengua, la quechua. Vano intento, como lo ha demostrado el lingüista Cerrón-Palomino, pues la voz es de origen aimara,  y no quechua.  "Apachita"  (¡ no apacheta!)  fue unánimemente nombrada por los más antiguos cronistas.

Dice  el cronista mestizo Garcilaso de la Vega:

"Declarando el nombre  Apachitas que los españoles dan a las cumbres de las cuestas muy altas y las hazen dioses de los indios, es de saber que ha de dezir Apachecta,  es dativo y el genitivo es apachecpa, de este participio de presente  apáchec, que es el nominativo, y con la sílaba -ta se hace  dativo: quiere dezir que hace llevar. Pero conforme a la frasis de la lengua [...]  quiere dezir demos gracias y ofrezcamos algo al que haze llevar estas cargas,  dándonos fuerças y vigor para subir por cuestas tan ásperas como esta"[...].  (Garcilaso de la Vega, [1609] 1943: II,  IV: 73; cit.  in  Cerrón-Palomino,  Voces del Ande, Ensayos sobre oonomástica andina, Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, Lima,  2008: 91).

Según  Cerrón-Palomino, a quien seguimos aquí, Garcilaso inútilmente trata de  explicar a través del quechua un  término que le resulta extraño, el que, por lo demás, es  claramente de origen  aimara, y sería  anterior a la quechuización ocurrida  en toda el área del Cuzco.


Polo de Ondegardo, en cambio,   el reposado y erudito jurista español  de mediados del siglo XVI nos entrega una ilustrativa  definición de estas estructuras. Su juicio ponderado, alabado por los historiadores, nos  infunde  plena  confianza  en la veracidad  y autenticidad de sus dichos. Se refiere específicamente al rol de  adoratorios de estas estructuras:

"Item  [asimismo]  los Serranos adoran montones de piedras que hazen ellos mesmos en las llanadas o encrucijadas, o en cumbres de montes, que en el Cuzco y en los Collas se llaman Apachitas y en otras partes las llaman Cotorayac rumi, o por otros vocablos".  (Polo de Ondegardo, [1559], 1985: 253; cit. en Cerrón-Palomino, 2008: 89).

Un breve comentario nuestro a esta cita del jurista español.

a)  nos afirma que  se trata  de una  costumbre de los "Serranos" [es decir de los aimaras]  y con toda razón, pues al menos  en la región de   Tarapacá,  no  existen apachetas  en zonas  bajo los  3.000 m. de altitud; a lo más, mojones o hitos, lo que es diferente;
b)  los montones de piedras los forman ellos mismos. Son creaciones humanas.  No preexiste allí ningún montículo natural  de rocas  que le diera origen;
c)   se presentan en las hoyadas o abras de montaña , y también en las cimas de cerros;
d)  se llaman en realidad  "apachitas"  y no  "apachetas",  como trató de convencernos Garcilaso de la Vega;
e)  Por fin, allí "adoran" los habitantes de la Sierra. ¿A quién adoran".  Claramente, a  Pachamama. Lo veremos más abajo en una  notable cita de Bowman el gran geógrafo norteamericano, eximio conocedor de las montaña de los Andes.

Joseph de Arriaga, jesuíta español, encargado por las autoridades  de  acumular evidencias y pruebas sobre la idolatría que todavía subsistía, a casi  un siglo de la conquista   (1621), entre los indígenas peruanos, es otro valioso testigo de especial interés para nuestro estudio.  Pues su función era, precisamente, aportar evidencias concretas de la  supervivencia de diversos  ritos y ceremonias de la gentilidad. Pertenece Arriaga al grupo de sacerdotes que se ha denominado los  "extirpadores de herejías", encargados por la autotidad virreinal de "purificar"  las creencias de los nativos, presuntamente ya incorporados al Cristianismo.

Nos dice Arriaga:

"A estos montoncillos de piedra suelen llamar [los españoles] Apachitas, y dicen algunos que los adoran y no son sino piedras que han ido amontonado [los indios] con esta superstición: ofreciéndoles a quienes les quita el cansancio y les ayuda a llevar la carga, que es es apacheta" " (en su obra: La Extirpación  de las herejías en el Perú, 1999  [1621], Estudio Preliminar y Notas de Henrique Urbano,  Cuzco, C.E.R.A. ,  Instituto Bartolomé de Las Casas", cit. en Cerrón Palomino: Voces del Ande, Ensayos sobre Onomástica Andina,  Pontificia Universidad Católica del Perú. 2008: 91).

Nuestro comentario.

a)  No sabe decirnos con certeza Arriaga  si este rito involucra o no a su juicio,  adoración. Mas bien, la reconoce como una "superstición";
b) este acto les quita el cansancio del viaje y les hace recuperar sus fuerzas;
c) al no ser, en opinión de Arriaga, propiamente adoratorios sino  "solo piedras", nos  parece que no ve el  sacerdote  la necesidad de derribarlas o demolerlas; y tal vez por esto mismo,  han logrado sobrevivir hasta nuestros días.


La opinión de Santacruz Pachacuti:

Por fin,  traigamos a colación  la explicación que nos da el cronista  Juan de Santacruz Pachacuti, una de las mejores  descripciones que  existen,  escribiendo  hacia el año 1620:

"y  en este tiempo [es decir, en época de Sinchi Roca, el 2º Inca], dizen que un  yndio encantador se entrometió por uno de los oficiales de guerra, el qual les abía dicho que los llamasen apachitas,  y los pusso un rito que cada pasajero pasasse con piedras grandes para dejar para el dicho efecto nessesario ya declarado; y más lo había  dicho el dicho encantador al capitán del Ynga que todos los soldados los echasen los cochachos, cocas mascados, al serro por donde  passaren, deziendo: say coyñiy cay pitacqui pariyon coyñiypas hinatac. Y desde entonces los comensaron a llevar piedras y echar cocas, porque aquel encantador los hazía assí hordinariamente. Y muchas veces aconteció que los apachitas o serros  y dentro dellas los respondían " nora buena"  [es decir, "Enhorabuena"],  con esto fueron creydos  por aquella pobre gente   de los tiempos passados". (Santa Cruz Pachacuti Yamqui Salcamagua,  Relación de antigüedades deste reyno del Pirú,   edic.  1968: 287). ,

Comentario nuestro:

a)  Las denomina el cronista indio, al igual que Polo de Ondegardo, como "apachitas", no apachetas,
b)  Dice expresamente este cronista que se trata de un "rito"  [...los pusso un rito...] que  fue impuesto  por una autoridad religiosa (encantador) a todos los que por allí pasaran;
c)  El rito consistía en echar  y agregar a la pila ya existente una piedra grande, y las mascadas de coca que traen en la boca  [acullicu];
d)  Hacen  allí un ruego a la apachita en lengua quechua al depositar su ofrenda;  nuestro amigo, el  lingüista peruano Rodolfo Cerrón-Palomino, consultado al efecto,  nos  ha ofrecido  la  traducción siguiente: del texto quechua del cronista:   "cansancio mío, quédate aquí; enfermedad mía (quédate también)". En su expresión fonológica quechua, según Cerrón,   sería:  "sayk´uyñiy kaypitaq qhipariy, unquyñipas hinataq".
e) se realiza, por tanto,  una breve conversación,  o mejor aún un diálogo  con la apacheta, un ruego explícito a la  deidad allí representada  para que acepte y reciba el cansancio o la enfermedad del viajero recién llegado.
f) No es, pues, como podría creerse, una mera exclamación de alivio al llegar a ese lugar de reposo acostumbrado, sino un auténtico diálogo  Porque hay  una petición explícita  y una respuesta.  
g) Las apachitas responde  al viajero que les habla, con el término " enhorabuena", Es decir, "que se cumpla cabalmente tu ruego".

La definición de los especialistas modernos.

 Sigo aquí  a Cerrón-Palomino en su erudito ensayo sobre  el  origen de esta palabra  que según el   lingüista peruano sería  aimara   y  en ningún caso  quechua:

"Con el nombre de apacheta se designa  en la región andina sureña, concretamente en el Perú, Bolivia, Chile, y el noroeste argentino, a los montículos de piedra acumulados en lugares especiales, principalmente en cumbres de cerros por los caminantes indígenas que transportaban cargas pesadas, a manera de ofrenda simbólica a sus divinidades para  que éstas  los aliviaran de las fatigas y del cansancio de sus trajines".   (Cerrón-Palomino, 2008:  89)

Caravanas y arreos....

 Dejemos constancia que esta  ritualidad propia de la arriería ancestral,  de tipo comercial o de trueque entre comunidades humanas, de la que hay trazas a partir de los inicios de la era cristiana, si no antes,  nada tiene que ver con  la arriería organizada de época colonial, mediante la cual, en potentes recuas de mulares, se  trasladaba el mineral de plata o la plata labrada, desde Potosí (en Bolivia) al puerto de Arica, en el Perú colonial  (siglos XVI-XVIII).  Sin embargo, frecuentemente siguió exactamente las mismas huellas antiguas. Casi nunca -que sepamos-  los españoles se preocuparon de abrir caminos nuevos en América, si los había  antiguos, transitables y bien abastecidos ( de tambos, tambillos y almacenes).

Experiencia propia.

Hace  unos 14 años,  hicimos una expedición  desde la localidad de Pica   en vehículo   hacia  la quebrada de Tasma. Nuestro guía era un  piqueño, antiguo  residente en Tasma, Anselmo Charcas Pacha. Nos acompañaba también el piqueño  Enrique Loayza. Viajábamos en nuestro viejo Chevrolet 1980. Tomamos rumbo al Norte, bordeando   los sectores de  dunas del tipo   "barjanes"  hasta llegar a la pequeña quebrada de  Cicsa donde dejamos el vehículo para continuar a pie. Portábamos víveres y un par de  carpas. Armamos carpa la primera noche, pero era tanto el frío reinante, que  pronto desistimos de dormir  y decidimos seguir a pie aprovechando la noche de luna llena que iluminaba bastante bien la senda a seguir. Caminamos algunas horas. Al alba, llegamos  al alto de Tasma  donde nos detuvimos  al pie de una estructura formada por muchas piedras superpuestas. Anselmo nos explica que se trata de una "apacheta". Nos cuenta que aquí por tradición solían reposar sus padres y abuelos antes de emprender la  larga y fatigosa bajada a Tasma. Aquí nos explicó el significado del rito que acostumbraban realizar, al llegar a este punto. Son "costumbres de los antiguos", nos dice como  queriendo justificarse. En seguida, fue a buscar una piedra por los alrededores, la que, con devoción evidente, agregó al conjunto. Seguía con este gesto  la tradición de sus padres y abuelos.

 Imágenes de apachetas. (Las fotos son nuestras, tomadas en viajes al Salar del Huasco entre  2005 y 2007).

 Fig.2.   Esta apacheta, formada por miles de piedras pequeñas,  es testigo, sin duda de un tráfico desde tiempos inmemoriales. Se encuentra en la intersección de la huella al Salar del Huasco, proveniente dela localidad de  Pica y la actual carretera asfaltada a la mina  de Doña Inés de Collaguasi, y se alza a unos 4.200 m de altitud sobre el nivel del mar.. Presenta dos nichos, a la manera de  hornacinas, para las ofrendas cerca de su base (lado izquierdo de la foto).
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 Fig. 3. El paisaje donde se alza esta apacheta es desolado y  presenta escasísima vegetación.
Fig. 4.  Si se observa bien, en la parte media de la estructura  a unos  30 cm del suelo, se puede ver dos  pequeños nichos u hornacinas, formados por piedras lajas bien dispuestas.

Fig.  5.  Frenta  a la apacheta, Marta Peña Guzmán (al medio)   con dos amigos nuestros, biólogos  venezolanos de visita a Chile  (Julio  2005).

Fig. 6.  Ofrendas actuales: botellas de cerveza marca "Cristal". Aquí  sin duda  los viajeros recientes bebieron y  ofrendaron también  una cantidad a pachamama, como es el uso c orriente.

Fig. 7. Una oquedad abierta a un costado de la apacheta.  Restos de carbón  y huesos revelan una comida realizada en el lugar  y  un lugar de fogón  ocasional.

Fig. 8.  Al costado oeste de la estructura, se observan restos de  un  muro, tal vez, construido a la manera de un parapeto  para protegerse del viento.

Fig. 9. La forma es perfectamente piramidal, pero de base circular.





Fig. 10.  A pocos metros de la estructura,  se ve una apreciable cantidad de botellas de cerveza, consumidas evidentemente en  el lugar  por los viajeros..


Fig. 10.  Ofrendas  actuales de cerveza y de cuerdas.   Pequeño nicho, enmarcado de lajas paradas,  preparado hoy como receptor de las ofrendas. Observe  otros dos nichos en la Foto Nº

Fig. 12.   Vista de oeste a este; al fondo  a la izquierda,  asoma   una parte de la hoya del Salar del Huasco.
Fig. 13. Vegetacion de   Stipa ichu (paja brava)  y  t´ola   (Baccharis tola) , en las proximidades.

Fig. 14.  Acercándonos al Salar, desde el oeste. Altitud aproximada:  4.000 m.  snm.

¿Qué nos sugiere el examen de  las fuentes antiguas y la costumbre indígena que aún persiste?.

1.  Las fuentes más antiguas, unánimemente, las llaman apachitas, no apachetas  (Cfr. Cerrón Palomino, op. cit. supra) .
2. Los españoles, siguiendo  en ello al cronista mestizo  Garcilaso de la Vega,  las llamarán a partir del siglo XVII, como "apachetas", creyendo que su nombre era de  origen quechua. Tal versión hoy ya no tiene sustento  lingüístico. 
3. Ante estas estructuras, los indígenas  hacen invariablemente un  rito que consiste en  agregar, a la pila ya existente, una nueva piedra recogida en el camino. Además, agregan, en calidad de dones personales,  otros objetos como cuerdas, hilos, pelos,  pestañas, según las fuentes más antiguas.  Son dones sencillos, pero elocuentes.
4. Los viajeros expresan allí, al llegar,  un sentido anhelo en forma de ruego: que la apacheta reciba con beneplácito  su cansancio o su enfermedad. .  Se realiza  un corto diálogo con la entidad dueña de la apacheta o, tal vez, de alguna manera representada en ésta. La apacheta responde a sus  íntimos deseos. Y se cumple así  el "do ut des", tan  propio de la "reciprocidad andina". 

Su finalidad primera:  el acto ritual.

Sobre la base de lo que las Crónicas, máxime las indígenas, nos refieren a este respecto, no puede  caber duda alguna de que su finalidad primera  fue  ritual y por ende, religiosa.  Como dirían los filósofos escolásticos, per se, son una estructura ritual donde se verifica un rito propio del caminante. Per accidens, esto es, accidentalmente, pasan a constituir, de facto,   hitos marcadores a los costados de una ruta  antigua. Pero es evidente, por el análisis que aquí hemos ofrecido, que su intención  y  finalidad primordial   fue claramente ritual y religiosa  y  de ninguna manera,  establecer una señalética en la ruta. En consecuencia, designarlas como "marcadores de ruta", como lo hacen algunos arqueólogos, a nuestro juicio se presta para error o al menos para confusión,  pues tal afirmación vendría  a desvirtuar la intencionalidad primera  y fundamental de dichas estructuras. Son por tanto,   sitios  donde, ante todo,  se verifican ritos específicos,  relacionados por cierto con  el objetivo final del caminante: asegurar por reste medio ( el ruego) el éxito del viaje. En síntesis, podríamos decir que las apachetas  constituyen  hoy, efectivamente, "marcas"   físicas junto al  camino pero no pretendieron ser "marcadores" (es decir, señalizadores)  de una determinada ruta  que ellos, por lo demás,  conocían perfectamente  y señalizaban de otras maneras (hitos, paskanas,. jaras, etc.). .. 
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La mentalidad religiosa del andino.

Debemos recordar en este contexto que la mentalidad del hombre andino  es esencialmente y en cada uno de sus actos, primaria y singularmente religiosa. El andino  está habituado a "pedir permiso" a la divinidad  para realizar cualquier acto: roturar la tierra,  plantar un árbol, construir una casa,  cavar un pozo, cultivar una era de terreno. Pero en el caso que aquí nos  ocupa, hay algo más:  se trata de la entrega un "don" personal a la apachita  para que ésta le devuelva  el vigor y las fuerzas perdidas en la travesía, para poder continuar  su jornada.
 En el "concepto de reciprocidad andino",  no se puede pretender obtener algo de la deidad si no se ofrenda, a su vez, algo  muy propio  y personal: este "algo" está ritualmente representado aquí por la piedra que se añade a la pila  (como expresión física de la caminata efectuada), o la mascada de coca que porta en la boca  [acullicu], o  las pestañas que se arranca de su cara para donarlas.  Ignorar o pasar por alto  esta faceta obligada de toda actividad humana,  este lazo permanente del andino con la deidad, o las deidades de los lugares por donde atraviesa, es no entender nada del actuar del hombre andino. O es trasladar equivocadamente  al andino,  el modo de pensar y proceder actual, del hombre de hoy  secularizado, ya  desprendido de la esfera sobrenatural que lo rodeaba. La apacheta "señalaba" primariamente , por tanto,  al caminante andino no tanto la ruta a seguir, sino más bien dónde exactamente efectuar su ruego, su petición a la deidad. "Ruego" cuyo sentido preciso nos es revelado por el  hermoso y elocuente  texto que hemos aportado del cronista indio Santacruz Pachacuti. en su traducción al castellano..






lunes, 2 de febrero de 2015

Los tesoros del Tamarugal: Obra de CONAF-Chile dedicada al estudio de la Pampa del Tamarugal y áreas adyacentes.


Una notable obra reciente  sobre los ecosistemas  protegidos de Tarapacá.



Acaba de aparecer  (diciembre 2014),  en publicación conjunta  de la Corporación Nacional Forestal (CONAF) y  el Centro del Desierto de Atacama (CDA) de la Pontificia Universidad Católica de Chile, un librito de  55 páginas, ilustrado a  todo color, que  muestra al niño y al joven   los "tesoros del Tamarugal" . Entre estos "tesoros"  ofrecidos  a niños y jóvenes, destaca la presentación de las tres áreas protegidas  en la Región administrativa de Tarapacá (Chile):  a) la Reserva Nacional  Pampa del Tamarugal, b)  el Parque Nacional Salar del Huasco y c)  y el Parque nacional Volcán Isluga. Estas tres  áreas, corresponden a tres diferentes ecosistemas de vida, cada uno de ellos provisto de  una flora, fauna, clima  y  biogeografía particular.

Una iniciativa de CONAF-Chile.

La obra fue financiada mediante un concurso  público propiciado por el "Departamento de Áreas Silvestres Protegidas" de la Corporación Nacional Forestal (CONAF-Chile), y está destinada  a los escolares y jóvenes  tanto de la Región como  visitantes que quieran interiorizarse de las peculiaridades de estos ecosistemas tan diversos, pero  muy cercanos entre sí  desde el punto de vista geográfico. Estando casi  a la misma latitud geográfica, presentan notables diferencias  ocasionadas por factores  de altitud, geología  y clima. Mientras la Pampa  o depresión del Tamarugal se  desarrolla entre los  1.000 m  y 1.800 m de altitud  sobre el nivel del mar, los Parques Nacionales  Salar del Huasco e Isluga  se alzan por sobre los 3.800 m de altitud alcanzando las cimas  de los 6.000 m  

Los autores  y los guías.
   
La idea de los  cuatro  autores,  geógrafos, agrónomos y artistas del Centro del Desierto de Atacama  de la Universidad Católica de Chile, es acercar   estos complejos y enigmáticos ecosistemas  biológicos  a una fácil y amigable comprensión de niños y jóvenes, mediante la utilización de un lenguaje  accesible, usando viñetas, cuadros explicativos y gráficos muy simples, y  explicando en cada oportunidad  la terminología geográfica o ecológica o biológica al alcance de cualquier lector. Además del uso de colores, se recurre  a un expediente bastante original.  Es un personaje, "Horacio", viejo explorador y conocedor del desierto, quien hace de guía  y baqueano conduciendo a "Pilar",  su joven nieta,  a través de estos  novedosos paisajes. Pilar pregunta a su abuelo, y éste responde explicando cada rasgo en detalle.   Conducido por este explorador, su nieta  Pilar va así tomando noticia y encariñándose con las cosas más notables  de este desierto, su flora, su fauna, y su extraña geografía. Pero también, en el momento preciso,  hace referencia el guía a  algunas costumbres y ritos  de sus habitantes autóctonos, los antiguos aymaras  o quechuas, pobladores de quebradas y salares de altura. De este modo original,  el joven lector es conducido, como de la mano,  por el experimentado explorador  quien  relata,  describe y explica   a su nieta  todo lo que les llama la atención durante su recorrido.

He aquí  la portada y contratapa de esta útil y simpática obrita, de pequeño formato (20 cm   x  5 cm),  que pretende guiar al joven  visitante  en su visita a estas tres "Áreas  Silvestres Protegidas" de la Región de Tarapacá. Su formato pequeño de tapas duras  está  diseñado para ser llevado en la mochila  o en el morral del explorador.

 Fig.1.  La portada del librito.  Un viaje de descubrimiento y exploración en el desierto de Atacama   (Región de Tarapacá).  Las bien logradas  ilustraciones son obra de Alfredo Cáceres.



 Fig. 2.  Los autores: Josefina Hepp, Javiera Machuca, Nicolás Zanetta y  Carolina  Zumaeta, son  jóvenes investigadores del Centro del Desierto de Atacama de la Pontificia Universidad Católica de Chile.


Fig.  3. Esta obra,  un excelente Vademecum para iniciarse en el conocimiento de las  zonas especialmente protegidas  por Ley de  la Región de Tarapacá,   ha sido cariñosamente dedicada por sus autores a Pilar Cereceda Troncoso, geógrafa y al autor de este Blog,  Horacio Larrain Barros, arqueólogo y antropólogo cultural  quienes en una labor conjunta de  muchos años han investigado  la región de Tarapacá tanto en sus quebradas como la pampa del Tamarugal. Sus primeras investigaciones fueron realizadas  entre los años   1973  y  1978 y, posteriormente, en las zonas costeras provistas de  oasis de niebla, entre los años  1997 y 2014,  haciendo allí  valiosas experiencias de captación del agua de la niebla mediante el método de atrapanieblas. Los autores  han  imaginado en esta obra a un abuelo  explorador (Horacio)  y a su nieta (Pilar),  sirviendo de experimentados guías en esta expedición imaginaria a través de los tres  ecosistemas protegidos de Tarapacá.

Las tres áreas protegidas.

Cada  uno de los tres  planos presentados,  muestra   ejemplares  de la fauna y flora  (en dibujos)  de las respectivas áreas protegidas que los caracteriza.

Fig. 4. La Reserva Nacional Pampa del Tamarugal  está conformada por  secciones discontinuas de territorio, respectivamente en las zonas de la pampa de  Zapiga,  el área  de la Tirana y Pintados y, hacia el Sur, en  el sector del Salar de Llamara,  junto y muy cerca de la carretera Panamericana, mostrada aquí en un trazo  N-S de color blanco.(Observe las flechas). 


Fig. 5.  El área del  Parque Nacional Salar del Huasco se halla  en la parte media y más oriental del Plano, donde hace frontera con la  hermana república de Bolivia. (Observe la flecha).



Fig. 6. Por fin, en este tercer Plano, se muestra  el lugar donde se halla  el Parque Nacional  Volcán Isluga, en el extremo nororiental  (NE) de la carta. Deseamos hacer  notar que lamentablemente  no  ha sido declarado aún Parque Nacional  ninguno de los sectores de oasis de niebla costeros, dotados de una notable y rica  biodiversidad, por lo que hasta ahora, la costa desértica del extremo Norte de Chile  (Arica y Tarapacá),  carece de zonas ecológicas y bióticas protegidas por la ley.. 

Las ilustraciones 


Fig.  7.  Aquí se muestra  una foto  del Salar del Huasco,   con las recomendaciones para su visita.



Fig. 8.  Ilustraciones relativas a la vida  pastoril y   y ceremonial de los habitantes aymaras de la zona altiplánica.

 Fig. 9.  El  veterano guía  antropólogo explica a los jóvenes lo que es una apacheta, monumento  de tipo ceremonial del mundo aymara,   y su importancia en  el sistema vial ancestral en el altiplano tarapaqueño.

 
Fig. 10.   La flora característica del altiplano chileno:  el   ichu o paja brava, la  llareta y   el árbol llamado queñoa  (queñuhua  en lengua  aymara),   única especie arbórea capaz de crecer en estos helados paisajes, situado por sobre los  4.500 m. de altitud. 
    
  Fig. 11.   Numerosos diseños y diagramas ilustran la obra para  ilustrar al joven lector y aclarar conceptos geográficos usados en el texto.

Fig. 12.  Contratapa y dedicatoria.

Nuestro comentario eco-antropológico.

1.  Esta obra, aparentemente modesta por el número de páginas  (55 páginas), contiene gran cantidad de material informativo apoyado en una buena y reciente bibliografía;  era, además,  una muy sentida necesidad en nuestra Región. En efecto, no disponíamos de una buena síntesis  de los principales ecosistemas de la región de Tarapacá, representados en Parques Nacionales  y puestos al alcance de niños y jóvenes. Es éste el primer mérito  e indiscutido de esta obra.

2.  El equipo conformado por los autores aúna el conocimiento geográfico con el propio del agrónomo de campo. Las partes  antropológica, biológica  y  forestal  de la obra, fueron revisadas por especialistas del ramo.

3.  Este trabajo constituye  una  utilísima  "Guía de Campo" o "Field Guide", en el sentido de que  puede ser llevado a terreno  por su pequeño tamaño, y permite comparar la realidad observada en el terreno mismo con el material escrito. El llamado que hacen  los autores  a los usuarios del libro  a  llevar una "Bitacora de Viaje" o "Diario de Campo",   anotando   las observaciones recogidas en terreno, encierra    el anhelo explícito  para que se formen buenos investigadores  de campo, que sepan  escrutar  in situ, los hechos observados, sin perder detalle alguno. 

4. La persistencia en el tiempo y la defensa de estos  áreas silvestres protegidas, depende de la cantidad y calidad de sus  investigadores   sean éstos geógrafos,  biólogos, ecólogos, agrónomos, ingenieros forestales o antropólogos culturales. Son ellos los llamados a  dar a conocer  nuevas especies o formas de comportamiento vegetal o animal y  dar la voz de alerta ante  intromisiones indebidas o destrucción de ecotipos  y formaciones vegetales  por parte de Compañías mineras  y/o obras camineras del Ministerio de Obras Públicas  (MOP),   en sectores  y áreas protegidos por la Ley. 

5. El acento de la obra es  primariamente geográfico. Varios  de sus autores son geógrafos. Y nos alegramos de ello, pues  obras de esta naturaleza hechas solo por biólogos o ingenieros forestales, suelen pecar  de notorias deficiencias en materia geográfica y cartográfica. En este libro,  el basamento geológico,   geográfico  y  geomorfológico se ve  sólido y patente,  y otorga coherencia y consistencia  al texto y su  relato.

6.  La idea del recurso a un  veterano explorador y su nieta preguntona, como valiosos guías del relato,  es  novedosa y constituye un atractivo adicional tanto en el análisis de  conceptos y términos, como en el  uso de  excelentes dibujos que fijan la atención del joven  lector  y   le facilitan una rápida comprensión de los conceptos y  textos. 

7. Consideramos que esta obra debería ser un instrumento indispensable en la biblioteca de consulta  de todos los Colegios y Escuelas  de la Región de Tarapacá. Además de ello,  creemos debería  ser especialmente conocida y estudiada  por los Guías de Turismo de esta Región por ser ellos los  que "explican"  la Región a los visitantes afuerinos y los conducen a los  lugares más recónditos o inaccesibles. Por su carácter didáctico ejemplar,  creemos que bien podría ser recomendada esta obra como material educativo de apoyo a la  actividad docente del  profesorado primario y secundario en  las áreas de Ciencias Naturales y  Ciencias Humanas.

8.  Por fin, deseamos a este valioso texto de los investigadores del Centro del Desierto de Atacama de la Pontificia Universidad Católica de Chile una gran difusión entre la juventud estudiosa chilena. A la vez, junto con felicitar a la Corporación Nacional Forestal  (CONAF-Chile) por  promover y financiar  este trabajo,   esperamos que éste sea capaz de despertar valiosas vocaciones científicas entre sus lectores, abriendo así las puertas a la aparición de  nuevos especialistas, tan necesarios hoy día, de modo que lleguen a ser investigadores   y defensores celosos  de estos ecosistemas,  todavía tan poco conocidos.

9. El autor de este Blog,  emocionado por la dedicatoria de esta obra,  agradece esta particular deferencia de los autores al recordar su nombre. Y  a  Pilar Cereceda, geógrafa eximia,  maravillosa compañera de infinitas jornadas de investigación y estudio en el Norte chileno,  felicitamos por  haberse sido elegida como la "nieta" preferida  de este  infatigable  y veterano explorador.